Ale caminaba, ya de noche, mientras le
mandaba un “whatsApp” a Marina para
que no se preocupase por su tardanza, camino de la parada del autobús. El
campus estaba prácticamente desierto y aceleró el paso para no perder el
siguiente. El día había sido muy intenso en la Universidad y se le había hecho
francamente tarde curioseando libros en la biblioteca. Esperó la contestación
de su madre para asegurarse de que lo había recibido, con el teléfono en la
mano, y al ver la respuesta guardó su móvil y continuó su trayecto aún más
rápido.
Pero al doblar la esquina se sobresaltó al
ver a un grupo de jóvenes, algo mayores que ella, que reían en alto armando escándalo
mientras se pasaban botellas de alcohol de unos a otros y fumaban lo que
parecían porros. Quiso cambiar de acera pero desechó la idea ya que los tenía
demasiado cerca y el repentino cambio de dirección llamaría más, si cabe, la
atención sobre ella. Aceleró más el paso y se cruzó con fuerza la chaqueta
mientras se encogía levemente en ella, rezando para que no la mirasen demasiado
buscando jaleo.
—¡Vaya, vaya! —soltó un muchacho
completamente ebrio—. Mirad lo que tenemos aquí —dijo saltando para
interceptarle el paso.
—Dejadme en paz, ¿de acuerdo? —dijo echando
mano de todo el valor y serenidad que poseía en aquel momento, levantando una
mano y poniéndola a modo de barrera entre ella y aquel muchacho.
Los otros, al escuchar aquel
envalentonamiento y fijarse un poco más en ella, se acercaron curiosos
manteniendo el equilibrio lo mejor que podían, dejando a Ale completamente
rodeada mientras reían de manera prepotente ante la reacción de la muchacha.
—¿Qué os parece, chicos? Este bellezón dice
que la dejemos en paz —dijo de manera socarrona—. Pero si no te hemos hecho
nada. Tan solo queremos hablar contigo… y divertirnos un poco, guapa. Verdad,
¿chicos?
Ale comenzó a sentir verdadero pánico. Miró
en todas las direcciones y se dio cuenta de que no había nadie en los
alrededores que pudiese ayudarla. Y aquella panda de borrachos estaba decidida
a “divertirse” con ella.
—No os acerquéis, ¿vale? —dijo con terror en
la voz al ver que el círculo de muchachos se estrechaba en torno a ella.
—Venga, preciosa. No te asustes —dijo otro
desde su espalda dándole una calada a su porro—. Relájate y seguro que
disfrutas —dijo mientras intentaba tocarle un pecho desde su espalda.
Ale se giró bruscamente dándole un manotazo
para apartarle la mano y mirar al muchacho con expresión asesina. Su corazón no
podía latir más deprisa y una furia y una indignación, como hacía tiempo no
sentía, se apoderaron de ella.
—¡No-vuelvas-a-tocarme! —dijo de una manera
tan sombría que hasta ella misma se asustó.
Los muchachos estallaron en sonoras
carcajadas agarrados a sus botellas de alcohol.
—O si no, ¿qué? —dijo uno retándola con
burla.
—¡Dejémonos de chorradas! —dijo el primer
muchacho que, en su delirio alcohólico, estaba completamente excitado ante la
visión de una chica tan guapa y se abalanzó repentinamente hacia ella entre las
risas de sus compañeros.
Cuando Ale sintió las manos de aquel cerdo
sobando su cuerpo y los otros se unieron a lo que el primero había comenzado
notó que un poderoso sentimiento de repulsión y de odio la llenaba por dentro
y, de repente, ya no supo muy bien que ocurrió.
Sintió rabia, sintió poder, sintió fuerza… y
sin saber cómo, apartó a todos aquellos chicos que se agolpaban sobre ella con
un simple manotazo mientras una luz brillante y cegadora los iluminaba a todos.
—¡Esa hija de puta me ha dado un golpe! —vociferó
uno de ellos agarrado a su botella de vodka, tambaleándose sin saber muy bien
qué era lo que había ocurrido—. ¡Serás zorra, te voy a…!
No pudo acabar la frase porque, de repente, una
fuerza extraña lo golpeó en el tórax dejándolo instantáneamente sin aliento
para, acto seguido, comenzar a arder envuelto en unas extrañas llamas azuladas,
las cuales le provocaron desgarradores gritos de dolor.
Ale había levantado el brazo abriendo su mano
y enviando así, contra el muchacho, una ráfaga de luz blanquecina y una fuerza
que hizo que todo se elevase a su paso como si de un huracán se tratase, guiada
por un instinto desconocido, sobrenatural y superior a ella. Había entrado en
una especie de trance con la mirada perdida y oscurecida y aquel haz de luz
mortífero había envuelto al muchacho engulléndolo en sus llamas blanquiazules
quemándolo y provocándole un dolor atroz.
Sus amigos, al oír sus aterradores aullidos
de dolor, comenzaron a gritar a Ale para que parase mientras intentaban, como
podían, sofocar las llamas que envolvían a su amigo.
—¡Eh! —gritó de repente Israel que llegaba a
la carrera salido de Dios sabe dónde—. ¡Alecto, para! —ordenó con una voz
asombrosamente firme y serena ya al lado de ella, mientras ponía su mano sobre
el brazo que ésta levantaba en alto.
La voz suave, profunda y melódica de Israel
fueron como un bálsamo para Ale que salió de su estado de trance y enfocó
horrorizada los ojos, al contemplar al muchacho que ahora yacía inconsciente
sobre el asfalto, mientras sus compañeros llamaban despavoridos por teléfono al
112 demandando una ambulancia y a la policía.
Israel la envolvió en sus poderosos y fuertes
brazos mientras ella se giraba confusa hacia su cara, en busca de respuestas
que él no podía darle.
—¡Vámonos de aquí! —dijo Israel con una
frialdad que desconcertó aún más a Ale.
—¡Pero yo…!
—Alecto —dijo sujetando la cara de ella entre
sus grandes y suaves manos con decisión mientras la obligaba a mirarle a los
ojos—. Nos vamos en este preciso instante, ¿lo entiendes?
—¡No os podéis ir! —gritó uno de los
muchachos que había oído la conversación—. ¡He llamado a la policía! ¡¿Es que
no has visto lo que esa zorra le ha hecho a mi amigo?!
Israel se giró impasible hacia el muchacho y
con voz firme y mirada de hielo le contestó:
—He visto cómo una panda de borrachos
indeseables atacaba e intentaba violar a una joven mientras un imbécil que se
estaba fumando un porro ha tirado una botella, derramando a su alrededor todo
el alcohol y se ha prendido fuego él solito con su canuto. Necesitáis que
llegue cuanto antes una ambulancia y atienda a vuestro amigo pero no que yo me
quede a hacer esas declaraciones. Lo que le ha ocurrido a ese imbécil bien
merecido lo tenía y espero no tener que ir yo mismo a la policía a delataros ya
que la joven se encuentra bien.
El joven, aún confuso por el alcohol, los
porros y la autoconfianza demostrada por Israel no dudó de sus palabras y
corrió junto a sus amigos mientras las sirenas del SAMUR comenzaban a oírse a
lo lejos.
Israel cogió del codo con suavidad pero con
decisión a Ale y la condujo sin pausa hasta su coche donde la metió y arrancó a
toda velocidad su lujoso BMV, para salir cuanto antes del campus y poder
interrogar tranquilamente a Ale sobre lo que acababa de ocurrir.
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