Capítulo 5: El extraño poder


Ale caminaba, ya de noche, mientras le mandaba un “whatsApp” a Marina para que no se preocupase por su tardanza, camino de la parada del autobús. El campus estaba prácticamente desierto y aceleró el paso para no perder el siguiente. El día había sido muy intenso en la Universidad y se le había hecho francamente tarde curioseando libros en la biblioteca. Esperó la contestación de su madre para asegurarse de que lo había recibido, con el teléfono en la mano, y al ver la respuesta guardó su móvil y continuó su trayecto aún más rápido.
Pero al doblar la esquina se sobresaltó al ver a un grupo de jóvenes, algo mayores que ella, que reían en alto armando escándalo mientras se pasaban botellas de alcohol de unos a otros y fumaban lo que parecían porros. Quiso cambiar de acera pero desechó la idea ya que los tenía demasiado cerca y el repentino cambio de dirección llamaría más, si cabe, la atención sobre ella. Aceleró más el paso y se cruzó con fuerza la chaqueta mientras se encogía levemente en ella, rezando para que no la mirasen demasiado buscando jaleo.
—¡Vaya, vaya! —soltó un muchacho completamente ebrio—. Mirad lo que tenemos aquí —dijo saltando para interceptarle el paso.
—Dejadme en paz, ¿de acuerdo? —dijo echando mano de todo el valor y serenidad que poseía en aquel momento, levantando una mano y poniéndola a modo de barrera entre ella y aquel muchacho.
Los otros, al escuchar aquel envalentonamiento y fijarse un poco más en ella, se acercaron curiosos manteniendo el equilibrio lo mejor que podían, dejando a Ale completamente rodeada mientras reían de manera prepotente ante la reacción de la muchacha.
—¿Qué os parece, chicos? Este bellezón dice que la dejemos en paz —dijo de manera socarrona—. Pero si no te hemos hecho nada. Tan solo queremos hablar contigo… y divertirnos un poco, guapa. Verdad, ¿chicos?
Ale comenzó a sentir verdadero pánico. Miró en todas las direcciones y se dio cuenta de que no había nadie en los alrededores que pudiese ayudarla. Y aquella panda de borrachos estaba decidida a “divertirse” con ella.
—No os acerquéis, ¿vale? —dijo con terror en la voz al ver que el círculo de muchachos se estrechaba en torno a ella.
—Venga, preciosa. No te asustes —dijo otro desde su espalda dándole una calada a su porro—. Relájate y seguro que disfrutas —dijo mientras intentaba tocarle un pecho desde su espalda.
Ale se giró bruscamente dándole un manotazo para apartarle la mano y mirar al muchacho con expresión asesina. Su corazón no podía latir más deprisa y una furia y una indignación, como hacía tiempo no sentía, se apoderaron de ella.
—¡No-vuelvas-a-tocarme! —dijo de una manera tan sombría que hasta ella misma se asustó.
Los muchachos estallaron en sonoras carcajadas agarrados a sus botellas de alcohol.
—O si no, ¿qué? —dijo uno retándola con burla.
—¡Dejémonos de chorradas! —dijo el primer muchacho que, en su delirio alcohólico, estaba completamente excitado ante la visión de una chica tan guapa y se abalanzó repentinamente hacia ella entre las risas de sus compañeros.
Cuando Ale sintió las manos de aquel cerdo sobando su cuerpo y los otros se unieron a lo que el primero había comenzado notó que un poderoso sentimiento de repulsión y de odio la llenaba por dentro y, de repente, ya no supo muy bien que ocurrió.
Sintió rabia, sintió poder, sintió fuerza… y sin saber cómo, apartó a todos aquellos chicos que se agolpaban sobre ella con un simple manotazo mientras una luz brillante y cegadora los iluminaba a todos.
—¡Esa hija de puta me ha dado un golpe! —vociferó uno de ellos agarrado a su botella de vodka, tambaleándose sin saber muy bien qué era lo que había ocurrido—. ¡Serás zorra, te voy a…!
No pudo acabar la frase porque, de repente, una fuerza extraña lo golpeó en el tórax dejándolo instantáneamente sin aliento para, acto seguido, comenzar a arder envuelto en unas extrañas llamas azuladas, las cuales le provocaron desgarradores gritos de dolor. 
Ale había levantado el brazo abriendo su mano y enviando así, contra el muchacho, una ráfaga de luz blanquecina y una fuerza que hizo que todo se elevase a su paso como si de un huracán se tratase, guiada por un instinto desconocido, sobrenatural y superior a ella. Había entrado en una especie de trance con la mirada perdida y oscurecida y aquel haz de luz mortífero había envuelto al muchacho engulléndolo en sus llamas blanquiazules quemándolo y provocándole un dolor atroz.
Sus amigos, al oír sus aterradores aullidos de dolor, comenzaron a gritar a Ale para que parase mientras intentaban, como podían, sofocar las llamas que envolvían a su amigo.
—¡Eh! —gritó de repente Israel que llegaba a la carrera salido de Dios sabe dónde—. ¡Alecto, para! —ordenó con una voz asombrosamente firme y serena ya al lado de ella, mientras ponía su mano sobre el brazo que ésta levantaba en alto.
La voz suave, profunda y melódica de Israel fueron como un bálsamo para Ale que salió de su estado de trance y enfocó horrorizada los ojos, al contemplar al muchacho que ahora yacía inconsciente sobre el asfalto, mientras sus compañeros llamaban despavoridos por teléfono al 112 demandando una ambulancia y a la policía.
Israel la envolvió en sus poderosos y fuertes brazos mientras ella se giraba confusa hacia su cara, en busca de respuestas que él no podía darle.


—¡Vámonos de aquí! —dijo Israel con una frialdad que desconcertó aún más a Ale.
—¡Pero yo…!
—Alecto —dijo sujetando la cara de ella entre sus grandes y suaves manos con decisión mientras la obligaba a mirarle a los ojos—. Nos vamos en este preciso instante, ¿lo entiendes?
—¡No os podéis ir! —gritó uno de los muchachos que había oído la conversación—. ¡He llamado a la policía! ¡¿Es que no has visto lo que esa zorra le ha hecho a mi amigo?!
Israel se giró impasible hacia el muchacho y con voz firme y mirada de hielo le contestó:
—He visto cómo una panda de borrachos indeseables atacaba e intentaba violar a una joven mientras un imbécil que se estaba fumando un porro ha tirado una botella, derramando a su alrededor todo el alcohol y se ha prendido fuego él solito con su canuto. Necesitáis que llegue cuanto antes una ambulancia y atienda a vuestro amigo pero no que yo me quede a hacer esas declaraciones. Lo que le ha ocurrido a ese imbécil bien merecido lo tenía y espero no tener que ir yo mismo a la policía a delataros ya que la joven se encuentra bien.
El joven, aún confuso por el alcohol, los porros y la autoconfianza demostrada por Israel no dudó de sus palabras y corrió junto a sus amigos mientras las sirenas del SAMUR comenzaban a oírse a lo lejos.



Israel cogió del codo con suavidad pero con decisión a Ale y la condujo sin pausa hasta su coche donde la metió y arrancó a toda velocidad su lujoso BMV, para salir cuanto antes del campus y poder interrogar tranquilamente a Ale sobre lo que acababa de ocurrir.

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